jueves, 28 de agosto de 2008

TOTALITARISMO: Fazismo- Nazismo- Comunismo

Totalitarismo, doctrina política que concibe el Estado como valor absoluto. El totalitarismo se caracteriza por eludir las normas básicas del moderno Estado de Derecho y no contemplar la separación de poderes. El Estado totalitario ejerce un control total de la población y de todas las instituciones mediante la propaganda y la policía. Como procedimiento de legitimación, adopta todos aquellos elementos que Max Weber señaló en el poder carismático: liderazgo único, centralizado y absoluto, ritualismo, mesianismo y seudo-utopismo.
A lo largo de la historia han existido muchas manifestaciones de regímenes totalitarios, pero el concepto en sí mismo fue “definido” y puesto en práctica por Benito Mussolini. El Estado fascista configurado por éste en Italia desde 1922 hasta 1943 motivó que frecuentemente se identifiquen los términos fascismo y totalitarismo. Tanto el régimen fascista italiano de Mussolini como el nacionalsocialista alemán de Adolf Hitler fueron expresiones del totalitarismo, pero no las únicas.

NAZISMO

SURGIMIENTO Y ASCENSO DEL NAZISMO

El nacionalsocialismo tenía muchos puntos en común con el fascismo. No obstante, sus raíces eran típicamente alemanas: el autoritarismo y la expansión militar propios de la herencia prusiana; la tradición romántica alemana que se oponía al racionalismo, al liberalismo y a la democracia; diversas doctrinas racistas según las cuales los pueblos nórdicos —los llamados arios puros— no sólo eran físicamente superiores a otras razas, sino que también lo eran su cultura y moral; así como determinadas doctrinas filosóficas, especialmente las del alemán Friedrich Nietzsche, que idealizaban al Estado o exaltaban el culto a los individuos superiores, a los que se eximía de acatar las limitaciones convencionales.

La imbricación entre el doctrinario político fascista y el concepto de racismo es evidente desde la propia aparición de aquél. Jean Touchard analiza en el siguiente texto el caso concreto de esta interrelación en el nacionalsocialismo alemán, íntimamente ligado a la figura de Adolf Hitler.

Entre los teóricos y planificadores del nacionalsocialismo se encontraba el experto en geopolítica y general alemán Karl Ernst Haushofer, que ejerció una gran influencia en la política exterior de Alemania. Alfred Rosenberg, editor y miembro del partido nazi, formuló las teorías raciales basándose en la obra del escritor angloalemán Houston Stewart Chamberlain. El financiero Hjalmar Schacht se encargó de elaborar y poner en práctica gran parte de la política económica y bancaria, y Albert Speer, arquitecto y uno de los principales dirigentes del partido, desempeñó una labor fundamental supervisando la situación económica en el periodo previo a la II Guerra Mundial.

Fascismo

El fascismo (del italiano fascio, haz, fasces, a su vez del latín fasces, pl. de fascis) es una ideología y un movimiento político que surgió en la Europa de entreguerras (19181939) cuyo proyecto central era el corporativismo estatal, en oposición tanto a la democracia liberal en crisis (la forma de gobierno que representaba los valores de los vencedores en la Primera Guerra Mundial, como Inglaterra, Francia o Estados Unidos, a los que considera «decadentes») como al movimiento obrero tradicional en ascenso (anarquista o marxista, este último escindido a su vez entre la socialdemocracia y el comunismo, que desde 1917 tenía como referente al proyecto de estado socialista que se estaba desarrollando en la Unión Soviética). Radicalmente contrario a ambos, se presentó como una tercera vía o tercera posición,[1] aunque el número de las ideologías contra las que se afirma es más amplio:
El fascismo tiene sus enemigos agrupados en estos tres frentes: el
social-comunista, el demoliberal-masónico y el populismo católico.
Revista F. E. 1933
El concepto de régimen fascista puede aplicarse a algunos
regímenes políticos totalitarios o autoritarios[] de la Europa de entreguerras y a prácticamente todos los que se impusieron por las potencias del Eje durante su ocupación del continente durante la Segunda Guerra Mundial. De un modo destacado y en primer lugar a la Italia de Benito Mussolini (1922) que inaugura el modelo y acuña el término; seguida por la Alemania de Adolf Hitler (1933) que lo lleva a sus últimas consecuencias; y, cerrando el ciclo, la España de Francisco Franco que se prolonga mucho más tiempo y evoluciona fuera del periodo (desde 1936 hasta 1975). Las diferencias de planteamientos ideológicos y trayectorias históricas entre cada uno de estos regímenes son notables. Por ejemplo, el fascismo en la Alemania nazi o nacional-socialismo añade un importante componente racista, que sólo es adoptado en un segundo momento y con mucho menor fundamento por el fascismo italiano y el resto de movimientos fascistas o fascistizantes. Para muchos de estos el componente religioso (católico u ortodoxo según el caso) fue mucho más esencial, tanto que Trevor-Roper ha podido definir el término fascismo clerical (entre los que estaría el nacionalcatolicismo español).[]
Puede considerarse que el
fascismo italiano es un totalitarismo centrado en el Estado:
El pueblo es el cuerpo del Estado, y el Estado es el espíritu del pueblo. En la doctrina fascista, el pueblo es el Estado y el Estado es el pueblo.
Todo en el Estado, nada contra el Estado, nada fuera del Estado.
Mussolini[]
mientras que el
nazismo alemán está centrado en la raza identificada con el pueblo (volk) o Volkgemeinschaft (interpretable como comunidad del pueblo o comunidad de raza, o incluso como expresión del apoyo popular al Partido y al Estado):
Ein Volk, ein Reich, ein Führer! («¡Un Pueblo, un Imperio, un Guía!»)
También se pueden encontrar elementos del fascismo fuera del
periodo de entreguerras, tanto antes como después. Un claro precedente del fascismo fue la organización Action Française (Acción Francesa, 1898), cuyo principal líder fue Charles Maurras; contaba con un ala juvenil violenta llamada los Camelots du Roi y se sustentaba en una ideología ultranacionalista, reaccionaria, fundamentalista católica y antisemita. Con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial reaparecieron movimientos políticos minoritarios, en la mayor parte de los casos marginales (denominados neofascistas o neonazis), que reproducen idénticos o similares planteamientos, o que mimetizan su estética y su retórica; a pesar de (o precisamente como reacción a) la intensa demonización a que se sometió a la ideología y a los regímenes fascistas, considerados principales responsables de la guerra que condujo a algunos de los mayores desastres humanos de la historia. En muchos países hay legislaciones que prohíben o limitan su existencia, sus actuaciones (especialmente el denominado crimen de odio), su propaganda (especialmente el negacionismo del Holocausto) o la exhibición de sus símbolos.

Características y definición
El fascismo es una ideología política fundamentada en un
proyecto de unidad monolítica denominado corporativismo, por ello exalta la idea de nación frente a la de individuo o clase; suprime la discrepancia política en beneficio de un partido único y los localismos en beneficio del centralismo; y propone como ideal la construcción de una utópica sociedad perfecta, denominada cuerpo social, a partir de la hegemonía de las élites (oligarquías patronales, sindicales, burocráticas, militares, religiosas, todas unificadas por el gobierno), a las que deberían seguir y obedecer las masas (idealizadas como protagonistas del régimen, legitimándolo) para formar una sola entidad u órgano socio-espiritual indivisible.[] Utiliza hábilmente los nuevos medios de comunicación y el carisma de un líder dictatorial en el que se concentra todo el poder con el propósito de conducir en unidad al denominado cuerpo social de la nación.
El fascismo se caracteriza por su
método de análisis o estrategia de difusión de juzgar sistemáticamente a la gente no por su responsabilidad personal sino por la pertenencia a un grupo. Aprovecha demagógicamente los sentimientos de miedo y frustración colectiva para exacerbarlos mediante la violencia, la represión y la propaganda,[] y los desplaza contra un enemigo común (real o imaginario, interior o exterior), que actúa de chivo expiatorio frente al que volcar toda la agresividad de forma irreflexiva, logrando la unidad y adhesión (voluntaria o por la fuerza) de la población. La desinformación, la manipulación del sistema educativo y un gran número de mecanismos de encuadramiento social, vician y desvirtúan la voluntad general hasta desarrollar materialmente una oclocracia que se constituye en una fuente esencial del carisma de liderazgo y en consecuencia, en una fuente principal de la legitimidad del caudillo. El fascismo es expansionista y militarista, utilizando los mecanismos movilizadores del irredentismo territorial y el imperialismo que ya habían sido experimentados por el nacionalismo del siglo XIX. De hecho, el fascismo es ante todo un nacionalismo exacerbado que identifica tierra, pueblo y estado con el partido y su líder.[]El fascismo es un sistema político que trata de llevar a cabo un encuadramiento unitario de una sociedad en crisis dentro de una dimensión dinámica y trágica promoviendo la movilización de masas por medio de la identificación de las reivindicaciones sociales con las reivindicaciones nacionales.

Los Juegos Olímpicos de Berlín 1936 fueron el escaparate del nazismo, siguiendo la estética neoclásica coincidente con el ideal de belleza aria, paradójicamente intercambiable con el contemporáneo realismo socialista por el que apostaba la Unión Soviética, cuyas autoridades también repudiaban el inicial vanguardismo de la Revolución. Algunas filmaciones de los juegos se deben a Leni Riefenstahl, que también dirigió la filmación del congreso nazi de Nüremberg de 1934, de impresionantes concentraciones y discursos, con el expresivo título de El triunfo de la voluntad.
Las conexiones del fascismo con movimientos intelectuales —artísticos como el
futurismo y otras vanguardias y filosóficos, como el irracionalismo y el vitalismo— supusieron en realidad, más que su influencia, su utilización y manipulación, que fue atractiva —en mayor o menor medida, con mayor o menor grado de compromiso o simple contemporización, y a veces con evolución posterior en contra— para muchas personalidades destacadas: italianos como Gabrielle D'Annunzio, Filippo Tommaso Marinetti, Curzio Malaparte o Luigi Pirandello;[9] alemanes como Martin Heidegger, Ernst Jünger, Carl Schmitt, Wilhelm Furtwängler o Herbert von Karajan; franceses como Robert Brasillach, Louis-Ferdinand Céline o Pierre Drieu La Rochelle; españoles como Ernesto Giménez Caballero, Dionisio Ridruejo, Pedro Laín Entralgo o Eugenio D'Ors; noruegos como Knut Hamsun, rumanos como Mircea Eliade; e incluso estadounidenses como Ezra Pound. En concreto en el caso de Alemania, ocurrió con tópicos culturales como el del superhombre de Nietzsche,[10] o incluso con las desviaciones pseudocientíficas justificadoras del racismo, como la eugenesia y el darwinismo social. La ciencia misma fue un principal objeto de consideración, encuadrada y subordinada de forma totalitaria al Estado y al Partido —de forma no muy diferente a como lo era en la Unión Soviética—.
Como dice
Isaiah Berlin, la Rebelión Romántica ha ido socavando los pilares de la tradición occidental ofreciendo como alternativa «la autoafirmación romántica, el nacionalismo, el culto a los héroes y los líderes, y al final... fascismo e irracionalismo brutal y la opresión de las minorías». En ausencia de reglas objetivas las nuevas reglas las hacen los propios rebeldes: «Los fines no son valores objetivos... Los fines no son descubiertos en absoluto, sino construidos, no se encuentran sino que se crean»... llega a inspirar la política del Estado: la ciencia aria consistía en un constructo social de modo que la herencia racial del observador «afectaba directamente la perspectiva de su trabajo». De ahí que los científicos de razas indeseables no resultarán admisibles y solo se podría escuchar a aquéllos que estuvieran en sintonía con las masas, el völk. La física debía ser reinterpretada para relacionarla no con la materia sino con el espíritu, descartándose así la objetividad y la internacionalidad de la ciencia.[]
La incoherencia de los postulados no era ningún inconveniente: el antiintelectualismo y el predominio de la
acción sobre el pensamiento eran conscientemente buscados. Incluso la modernidad estética inicial se llegó a despreciar (concepto de Entartete Kunst o Arte degenerado, quema de libros, estigmatización de determinados intelectuales o de colectivos enteros). Para Stanley Paine, lo que caracterizaba el ideario falangista (el movimiento equivalente al fascismo en España, fundado en los años treinta por José Antonio Primo de Rivera y que se transformó en un más complejo Movimiento Nacional con la guerra civil y el franquismo) eran justamente «sus ideas vagas y confusas».[ ]El fascismo rechaza la tradición racionalista y adopta posturas de desconfianza en la razón y exaltación de los elementos irracionales de la conducta, los sentimientos intensos y el fanatismo. Se busca con todo cinismo la simplificación del mensaje, con absoluto desprecio por sus destinatarios:
La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentarlas una y otra vez desde diferentes perspectivas, pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas... Si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad.
Joseph Goebbels[]
Cualquier idea emanada del jefe es un dogma indiscutible, y una directriz a seguir ciegamente, sin discusión ni poder ser sometida a análisis.
[14] Se exaltan los valores de la virilidad, la camaradería y el compañerismo de los hermanos de armas, todo ello en sintonía con algunas tradiciones militaristas existentes en todos los ejércitos, pero que fueron exacerbados para su utilización por estados cuya conexión con el fascismo es más o menos estrecha. Serían los casos del ejército alemán, el japonés y los llamados militares africanistas españoles.

Nacionalismo de vencidos


El saludo brazo en alto o saludo romano se extendió por toda Europa como seña de identidad de los diferentes movimientos fascistas. La fotografía corresponde a los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936.
Se suele indicar que una característica de los países donde triunfaron los movimientos fascistas fue la reacción de humillación nacional por la derrota[ ]en la
Primera Guerra Mundial (se ha utilizado la expresión nacionalismo de vencidos),[] que impulsaba a buscar chivos expiatorios a quienes culpar (caso de Alemania), o la frustración de las expectativas no cumplidas (caso de Italia, defraudada por el incumplimiento del Tratado de Londres)[] En ambos casos, el resentimiento se manifestaba, en el plano internacional, en contra de los más claros vencedores (como Inglaterra, Francia o Estados Unidos); mientras que en el plano interno se volcaba contra el movimiento obrero (sindicalistas, anarquistas, comunistas, socialistas) o el peligro real o imaginado de una revolución comunista o incluso una Conspiración Judeo-Masónico-Comunista-Internacional, o cualquier otra fantasmagórica sinarquía oculta en cuya composición incluyera a cualquier organización que los fascistas juzgasen transnacional y opuesta a los intereses del Estado, como el capitalismo, la banca, la bolsa, la Sociedad de Naciones, el movimiento pacifista o la prensa. Sobre todo en el caso alemán, se insistía en la convicción de pertenecer a un pueblo o raza superior cuya postración actual se debe a una traición que le ha humillado y sometido a una condición injusta; y que tiene derecho a la expansión en su propio espacio vital (Lebensraum), a costa de los inferiores.

Fábrica de cañones Krupp durante la Primera Guerra Mundial. La remilitarización de Alemania impulsada por Hitler en contra de las limitaciones del pacto de Versalles fue muy favorable a los intereses de la gran industria.
La componente social del fascismo pretende ser interclasista y antiindividualista: niega la existencia de los intereses de clase e intenta suprimir la
lucha de clases con una política paternalista, de sindicato vertical y único en que tanto trabajadores como empresarios obedezcan las directrices superiores del gobierno, como en un ejército. Tal es el corporativismo italiano o el nacionalsindicalismo español. El nacionalismo económico, con autarquía y dirección centralizada se adaptaron como en una economía de guerra a la coyuntura de salida de la crisis de 1929, con un importante nivel de proteccionismo. No obstante, no hubo en ningún sistema fascista ni planes quinquenales al estilo soviético, ni cuestionamiento de la propiedad privada siempre que cumpliera lo que el Estado dictaminara como "función social", ni alteraciones radicales del sistema capitalista convencional más allá de una fuerte intervención del mercado favoreciendo determinadas áreas de las grandes empresas industriales. Estas características sirven como base a una crítica (de orientación tanto liberal como materialista) que resalta la conveniencia del fascismo para la burguesía.[]
Desde ese punto de vista, se suele mantener que los movimientos fascistas de entreguerras fueron alimentados por las clases económicamente poderosas (por ejemplo la alta burguesía industrial o las familias
conservadoras ricas), para oponerse a los movimientos obreros y a la democracia liberal. Esa tesis fue defendida en 1936 por el historiador Daniel Guérin (Fascismo y grandes negocios), en la que lo asocia a un complejo industrial-militar, expresión que sería posteriormente reutilizada para definir otros contextos, como el de la carrera de armamentos entre la Unión Soviética y los Estados Unidos. Noam Chomsky describe el fascismo como el sistema donde el Estado integra la mano de obra y el capital bajo el control de una estructura corporativa.[] Aunque la tesis que identifica al fascismo con un capitalismo de Estado corporativo (una economía altamente intervencionista que protege y financia a grandes empresas privadas) no siempre es sostenida ampliamente, hay muchos elementos que permiten la identificación de intereses entre fascismo y capitalismo corporativo.[] Así, por ejemplo, cuando se compara la estructura económica de la población entre países, en concreto el peso económico del 5% de la población con mayores ingresos en la renta nacional, mientras que en Estados Unidos disminuyó un 20% entre 1929 y 1941 (cifras similares para el noroeste de Europa), en la Alemania nazi aumentó un 15%.[]
Ubicación en el espectro político y relación con la plutocracia
Según la doctrina tercerposicionista, el fascismo no es de izquierda ni de derecha, ni capitalista ni comunista, ya que el fascismo sería una idea totalmente original; sin embargo en la práctica más que una idea original sería una fusión
sincrética de varias ideas políticas -proyectos, discursos, etc.- aglutinadas siempre bajo el nacionalismo unitario y el autoritarismo centralista.[]
Una de las razones de considerar usualmente al fascismo como un movimiento de
derecha política suele ser la alianza estratégica del fascismo con los intereses de las clases económicas más poderosas, junto a su defensa de valores tradicionales como el patriotismo o la religiosidad, para preservar el statu quo. Lo que no tiene por qué estar en contradicción con su poco respeto por la libertad económica y la autonomía del mercado libre ni por ciertas características similares al socialismo estatalista o a la Doctrina Social de la Iglesia. Aunque esta colaboración no existiera en un principio, o su apoyo se pueda calificar de tardío y parcial, una vez alcanzado el poder, la plutocracia cooperó decididamente con el fascismo en sus diversas versiones.
Por otra parte las razones para considerar que el fascismo tiene conexiones con la
izquierda política, son su programa económico y discurso político, más no como movimiento o proyecto doctrinario (donde eran antagónicos). El fascismo y sus variantes apelaban al sentimiento popular y las masas como las protagonistas del régimen, especialmente por la virilidad exaltada en el trabajo manual y obrero (obrerismo); a pesar de ello no reconocía la libertad de asociación por motivos de clase (libertad sindical) sino la identificación de los trabajadores como "súbditos" del Estado, "pueblo" y "patria", por ello su símil con el populismo.[] El programa económico del fascismo toma importantes criterios de la Nueva Política Económica (NPE) que Lenin aplicó luego del fracaso en la implantación del comunismo en Rusia, que consistía en recurrir al capitalismo para fortalecer la economía nacional. La idea, en el caso de Mussolini (ex-militante socialista), era usar a los capitalistas industriales para implantar en conjunto con el gobierno el corporativismo nacionalista y totalitario. Esta paradoja es explicable ya que el corporativismo, el proyecto político del fascismo, haría que todos los sectores de la sociedad deban obligatoriamente integrarse y trabajar unificadamente al mando del gobierno, por lo que esta corporación incluiría aspectos considerados normalmente "capitalistas" y "socialistas".
Las ventajas que los nuevos regímenes le proporcionaban a la plutocracia eran evidentes: eliminaba la posibilidad de
revolución social obrera, suprimía los sindicatos reivindicativos y mantenía otras restricciones en las relaciones capital-trabajo, legitimando el principio de liderazgo en la empresa; al suprimir la libre competencia permitía crear cárteles oligopólicos de empresas favorecidas con millonarios contratos estatales o subsidiadas por el gobierno como "incentivos" a la producción nacional. Además, de su indudable éxito en respuesta a la Gran Depresión, al menos en el corto plazo.[] La sensación de estabilidad era muy marcada: Mussolini había conseguido que los trenes funcionaran con puntualidad (tras el famoso incidente de uno de sus primeros viajes como Duce, en el que supuestamente mandó fusilar a un maquinista). El que esa sensación de estabilidad corresponda o no con una real eficacia es secundario, y de hecho parece que la puntualidad ferroviaria (y quizá también el incidente del maquinista) era más bien un mito.

COMUNISMO

Comunismo, ideología política cuya principal aspiración es la consecución de una sociedad en la que los principales recursos y medios de producción pertenezcan a la comunidad y no a los individuos. En teoría, estas sociedades permiten el reparto equitativo de todo el trabajo en función de la habilidad, y de todos los beneficios en función de las necesidades. Algunos de los conceptos de la sociedad comunista suponen que, en último término, no se necesita que haya un gobierno coercitivo y, por lo tanto, la sociedad comunista no tendría por qué tener legisladores. Sin embargo, hasta alcanzar este último estadio, el comunismo debe luchar, por medio de la revolución, para lograr la abolición de la propiedad privada; la responsabilidad de satisfacer las necesidades públicas recae, pues, en el Estado.

El concepto comunista de la sociedad ideal tiene lejanos antecedentes, incluyendo La República de Platón y las primeras comunidades cristianas. La idea de una sociedad comunista surgió, a principios del siglo XIX, como respuesta al nacimiento y desarrollo del capitalismo moderno. En aquel entonces, el comunismo fue la base de una serie de afirmaciones utópicas; sin embargo, casi todos estos primeros experimentos comunistas fracasaron; realizados a pequeña escala, implicaban la cooperación voluntaria y todos los miembros de las comunidades creadas participaban en el proceso de gobierno.

Posteriormente, el término ‘comunismo’ pasó a describir al socialismo científico, la filosofía establecida por Karl Marx y Friedrich Engels a partir de su Manifiesto Comunista. Desde 1917, el término se aplicó a aquellos que consideraban que la Revolución Rusa era el modelo político ideal, refundido el tradicional marxismo ortodoxo con el leninismo, creador de una verdadera praxis revolucionaria. Desde el inicio de aquélla, el centro de gravedad del comunismo mundial se trasladó fuera de la Europa central y occidental; desde finales de la década de 1940 hasta la de 1980, los movimientos comunistas han estado frecuentemente vinculados con los intentos de los países del Tercer Mundo de obtener su independencia nacional y otros cambios sociales, en el ámbito del proceso descolonizador.

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