jueves, 28 de agosto de 2008

Imperio bizantino


Imperio bizantino, parte oriental del Imperio romano que sobrevivió a la caída del Imperio de Occidente en el siglo V, su capital fue Constantinopla (la actual Estambul, en Turquía) y su duración se prolongó hasta la toma de ésta por los otomanos en 1453.
Constantinopla se convirtió en la capital del Imperio romano de Oriente en el 330, después de que Constantino I el Grande, el primer emperador cristiano, la fundara en el lugar de la antigua ciudad de Bizancio, dándole su propio nombre. De forma gradual la desarrolló hasta convertirla en una verdadera capital de las provincias romanas orientales, es decir, aquellas áreas del Imperio localizadas en el sureste de Europa, suroeste de Asia y en el noreste de África, que también incluían los actuales países de la península de los Balcanes, Turquía occidental, Siria, Jordania, Israel, Líbano, Chipre, Egipto y la zona más oriental de Libia.
Los investigadores lo han llamado Imperio bizantino según el antiguo nombre de su capital, Bizancio, o también Imperio romano de Oriente, pero para los coetáneos, y en la terminología oficial de la época, era simplemente Roma y sus ciudadanos eran romanos (en griego, rhomaioi). El griego era la lengua principal, aunque algunos habitantes hablaban latín, copto, sirio, armenio y otras lenguas locales a lo largo de su historia. Sus emperadores consideraron los límites geográficos del Imperio romano como los suyos propios y buscaron en Roma sus tradiciones, sus símbolos y sus instituciones. El Imperio, regido por un emperador (en griego, basileus) sin una constitución formal, lentamente formó una síntesis a partir de las instituciones tardorromanas, del cristianismo ortodoxo y de la cultura y lengua griegas.


ETAPA INICIAL
Constantino I estableció las bases de la armonía entre las autoridades eclesiásticas y las imperiales que duró a lo largo de la historia del Imperio. Éstas incluían la creación de un sistema monetario basado en el solidus de oro, o nomisma, que perduró hasta la mitad del siglo XII. La prosperidad comercial de los siglos IV, V y VI hizo posible el auge de muchas antiguas ciudades. Las grandes propiedades dominaban el mundo rural y aunque los elevados impuestos tuvieron como consecuencia el abandono de la tierra, la agricultura permaneció como la principal fuente de riqueza del Imperio. La Iglesia y la monarquía adquirieron vastos territorios, convirtiéndose de este modo en los mayores terratenientes del Imperio. Una rigurosa regulación imperial sobre la pureza y suministro de los metales preciosos, al igual que sobre la organización del comercio y la actividad artesanal, caracterizaron la vida económica.
El emperador Justiniano I y su esposa, Teodora, intentaron restaurar la antigua majestuosidad y los límites geográficos del Imperio romano. Entre el 534 y el
565 reconquistaron el norte de África, Italia, Sicilia, Cerdeña y algunas zonas de la península Ibérica. Sin embargo, este esfuerzo, junto con los importantes gastos contraídos al construir edificios públicos e iglesias, como la basílica de Santa Sofía en Constantinopla, agotaron los recursos económicos del Imperio a la vez que distintas plagas diezmaron su población.


EL IMPERIO ASEDIADO
El Imperio sobrevivió a las migraciones e incursiones de los godos y de los hunos durante los siglos V y VI, y estableció una frontera razonablemente segura en el este frente al Imperio persa de los Sasánidas, pero no pudo recobrar y gobernar todo el Mediterráneo. Durante la segunda mitad del siglo VI, los lombardos invadieron y ocuparon de forma gradual gran parte de la antigua Italia bizantina, excepto Roma, Ravena, Nápoles y el sur más lejano, a la vez que los ávaros realizaban incursiones y despoblaban gran parte de los Balcanes bizantinos.
Muchas de las características del Imperio y de su cultura cambiaron durante el siglo VII. La mayor parte de los Balcanes se perdieron a manos de los ávaros y de tribus eslavas, que se reasentaban en lugares abandonados. Mientras, el asesinato en el 602 de Mauricio, el primer emperador bizantino fallecido a causa de una muerte violenta, supuso el inicio de una guerra civil y una guerra exterior. El emperador Heraclio I acabó finalmente con una larga serie de guerras con los persas, tras una decisiva victoria en el 628, y recuperó la Siria ocupada por aquéllos, así como Palestina y Egipto, aunque no pudo evitar que el rey visigodo Suintila expulsara en el 625 a sus tropas de la estrecha franja costera mediterránea que los bizantinos poseían en la península Ibérica.
El agotamiento producido por estas guerras y las ásperas disputas religiosas entre cultos cristianos rivales, hundieron las defensas y la moral bizantinas, dejando al Imperio en condiciones muy precarias para hacer frente a otro peligro en la década siguiente. Entre los años 634 y 642, los árabes, motivados por una nueva religión, el islam, conquistaron Palestina, Siria, Mesopotamia y Egipto. Constantinopla aguantó grandes asedios por parte de los árabes en la década del 670 y durante los años 717 al 718; igualmente, el Asia Menor bizantina sobrevivió a incursiones casi anuales de los musulmanes. Mediante un proceso, que sigue siendo controvertido entre los historiadores, los ejércitos del Imperio bizantino fueron transformados en una fuerza expedicionaria de elite llamada tagmata y se organizaron unos distritos militares llamados temas (themata). Cada tema estaba mandado por un strategos, o general, revestido de autoridad civil y militar en todo su distrito; los soldados de estos ejércitos adquirieron tierras exentas de impuestos y preservaron el corazón del Imperio, a la vez que evitaban la ruinosa pérdida de dinero que habían supuesto los ejércitos asalariados del periodo anterior a las invasiones de los árabes. La vida urbana y el comercio decayeron, excepto en la ciudad portuaria griega de Tesalónica y en la propia Constantinopla. La situación bélica y la consecuente inseguridad inhibió a la agricultura y a la educación. El Imperio, con unos recursos limitados, no pudo mantener por más tiempo la integridad territorial, las infraestructuras y la complejidad del Imperio tardorromano. Aún así, logró subsistir y adaptarse a sus limitadas circunstancias.


PERIODO DE RECONQUISTA
Al inicio del siglo IX, el Imperio bizantino experimentó una gran recuperación que adoptó distintos aspectos. La ofensiva musulmana se detuvo en la frontera oriental por dos razones: por la decadencia del califato Abasí y por la habilidad de la estrategia bizantina. Los ejércitos imperiales comenzaron a recuperar territorios en el sureste de Asia Menor a principios del siglo X. Las tierras perdidas a manos de los eslavos en Grecia, Macedonia y en Tracia fueron reconquistadas y reorganizadas. La recuperación alcanzó su plenitud bajo el largo reinado de la dinastía Macedónica, que comenzó en el 867 con su fundador, el emperador Basilio I, y que duró hasta 1057. La vida intelectual revivió: se copiaron y extractaron antiguos manuscritos; se compilaron enciclopedias y obras de referencia; las matemáticas, la astronomía y la literatura recibieron otra vez una gran atención. El renacimiento cultural estuvo acompañado por un retorno consciente a los modelos clásicos en el arte y en la literatura. El comercio exterior también se intensificó en el Mediterráneo y en el mar Negro.

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