jueves, 28 de agosto de 2008

Feudalismo

Feudalismo, sistema contractual de relaciones políticas y militares entre los miembros de la nobleza de Europa occidental durante la alta edad media. El feudalismo se caracterizó por la concesión de feudos (casi siempre en forma de tierras y trabajo) a cambio de una prestación política y militar, contrato sellado por un juramento de homenaje y fidelidad. Pero tanto el señor como el vasallo eran hombres libres, por lo que no debe ser confundido con el régimen señorial, sistema contemporáneo de aquél, que regulaba las relaciones entre los señores y sus campesinos. El feudalismo unía la prestación política y militar a la posesión de tierras con el propósito de preservar a la Europa medieval de su desintegración en innumerables señoríos independientes tras el hundimiento del Imperio Carolingio.


ORÍGENES
Cuando los pueblos germanos conquistaron en el siglo V el Imperio romano de Occidente pusieron también fin al ejército profesional romano y lo sustituyeron por los suyos propios, formados con guerreros que servían a sus caudillos por razones de honor y obtención de un botín. Vivían de la tierra y combatían a pie ya que, como luchaban cuerpo a cuerpo, no necesitaban emplear la caballería. Pero cuando los musulmanes, vikingos y magiares invadieron Europa en los siglos VIII, IX y X, los germanos se vieron incapaces de enfrentarse con unos ejércitos que se desplazaban con suma rapidez. Primero Carlos Martel en la Galia, después el rey Alfredo el Grande en Inglaterra y por último Enrique el Pajarero de Germania, cedieron caballos a algunos de sus soldados para repeler las incursiones sobre sus tierras. No parece que estas tropas combatieran a caballo; más bien tenían la posibilidad de perseguir a sus enemigos con mayor rapidez que a pie. No obstante, es probable que se produjeran acciones de caballería en este mismo periodo, al introducirse el uso de los estribos. Con total seguridad esto ocurrió en el siglo XI. Véase Orden de caballería.


Origen del sistema
Los caballos de guerra eran costosos y su adiestramiento para emplearlos militarmente exigía años de práctica. Carlos Martel, con el fin de ayudar a su tropa de caballería, le otorgó fincas (explotadas por braceros) que tomó de las posesiones de la Iglesia. Estas tierras, denominadas ‘beneficios’, eran cedidas mientras durara la prestación de los soldados. Éstos, a su vez, fueron llamados ‘vasallos’ (término derivado de una palabra gaélica que significaba sirviente). Sin embargo, los vasallos, soldados selectos de los que los gobernantes Carolingios se rodeaban, se convirtieron en modelos para aquellos nobles que seguían a la corte. Con la desintegración del Imperio Carolingio en el siglo IX muchos personajes poderosos se esforzaron por constituir sus propios grupos de vasallos dotados de montura, a los que ofrecían beneficios a cambio de su servicio. Algunos de los hacendados más pobres se vieron obligados a aceptar el vasallaje y ceder sus tierras al señorío de los más poderosos, recibiendo a cambio los beneficios feudales. Se esperaba que los grandes señores protegieran a los vasallos de la misma forma que se esperaba que los vasallos sirvieran a sus señores.


Feudalismo clásico
Esta relación de carácter militar que se estableció en los siglos VIII y IX a veces es denominada feudalismo Carolingio, pero carecía aún de uno de los rasgos esenciales del feudalismo clásico desarrollado plenamente desde el siglo X. Fue sólo hacia el año 1000 cuando el término ‘feudo’ comenzó a emplearse en sustitución de ‘beneficio’ este cambio de términos refleja una evolución en la institución. A partir de este momento se aceptaba de forma unánime que las tierras entregadas al vasallo eran hereditarias, con tal de que el heredero que las recibiera fuera grato al señor y pagara un impuesto de herencia llamado ‘socorro’. El vasallo no sólo prestaba el obligado juramento de fidelidad a su señor, sino también un juramento especial de homenaje al señor feudal, el cual, a su vez, le investía con un feudo. De este modo, el feudalismo se convirtió en una institución tanto política como militar, basada en una relación contractual entre dos personas individuales, las cuales mantenían sus respectivos derechos sobre el feudo.


Causas de la aparición del sistema feudal
La guerra fue endémica durante toda la época feudal, pero el feudalismo no provocó esta situación; al contrario, la guerra originó el feudalismo. Tampoco el feudalismo fue responsable del colapso del Imperio Carolingio, más bien el fracaso de éste hizo necesaria la existencia del régimen feudal. El Imperio Carolingio se hundió porque estaba basado en la autoridad de una sola persona y no estaba dotado de instituciones lo suficientemente desarrolladas. La desaparición del Imperio amenazó con sumir a Europa en una situación de anarquía: cientos de señores individuales gobernaban a sus pueblos con completa independencia respecto de cualquier autoridad soberana. Los vínculos feudales devolvieron cierta unidad, dentro de la cual los señores renunciaban a parte de su libertad, lo que era necesario para lograr una cooperación eficaz. Bajo la dirección de sus señores feudales, los vasallos pudieron defenderse de sus enemigos, y más tarde crear principados feudales de cierta importancia y complejidad. Una vez que el feudalismo demostró su utilidad local reyes y emperadores lo adoptaron para fortalecer sus monarquías.


PLENITUD
El feudalismo alcanzó su madurez en el siglo XI y tuvo su máximo apogeo en los siglos XII y XIII. Su cuna fue la región comprendida entre los ríos Rin y Loira, dominada por el ducado de Normandía. Al conquistar sus soberanos, a fines del siglo XI, el sur de Italia, Sicilia e Inglaterra y ocupar Tierra Santa en la primera Cruzada, establecieron en todas estas zonas las instituciones feudales. España también adoptó un cierto tipo de feudalismo en el siglo XII, al igual que el sur de Francia, el norte de Italia y los territorios alemanes. Incluso Europa central y oriental conoció el sistema feudal durante un cierto tiempo y en grado limitado, sobre todo cuando el Imperio bizantino se feudalizó tras la cuarta Cruzada. Los llamados feudalismos del antiguo Egipto y de Persia, o de China y Japón, no guardan relación alguna con el feudalismo europeo, y sólo son superficialmente similares. Quizá fueran los samuráis japoneses los que más se asemejaron a los caballeros medievales, en particular los sogunes de la familia Ashikaga; pero las relaciones entre señores y vasallos en Japón eran diferentes a las del feudalismo de Europa occidental.


Características
En su forma más clásica, el feudalismo occidental asumía que casi toda la tierra pertenecía al príncipe soberano —bien el rey, el duque, el marqués o el conde— que la recibía “de nadie sino de Dios”. El príncipe cedía los feudos a sus barones, los cuales le rendían el obligado juramento de homenaje y fidelidad por el que prestaban su ayuda política y militar, según los términos de la cesión. Los nobles podían ceder parte de sus feudos a caballeros que le rindieran, a su vez, homenaje y fidelidad y les sirvieran de acuerdo a la extensión de las tierras concedidas. De este modo si un monarca otorgaba un feudo de doce señoríos a un noble y a cambio exigía el servicio de diez caballeros, el noble podía ceder a su vez diez de los señoríos recibidos a otros tantos caballeros, con lo que podía cumplir la prestación requerida por el rey. Un noble podía conservar la totalidad de sus feudos bajo su dominio personal y mantener a sus caballeros en su señorío, alimentados y armados, todo ello a costa de sufragar las prestaciones debidas a su señor a partir de su propio patrimonio y sin establecer relaciones feudales con inferiores, pero esto era raro que sucediera ya que los caballeros deseaban tener sus propios señoríos. Los caballeros podían adquirir dos o más feudos y eran proclives a ceder, a su vez, parte de esas posesiones en la medida necesaria para obtener el servicio al que estaban obligados con su superior. Mediante este subenfeudamiento se creó una pirámide feudal, con el monarca en la cúspide, unos señores intermedios por debajo y un grupo de caballeros feudales para servir a la convocatoria real.
Los problemas surgían cuando un caballero aceptaba feudos de más de un señor, para lo cual se creó la institución del homenaje feudatario, que permitía al caballero proclamar a uno de sus señores como su señor feudal, al que serviría personalmente, en tanto que enviaría a sus vasallos a servir a sus otros señores. Esto quedaba reflejado en la máxima francesa de que “el señor de mi señor no es mi señor” de ahí que no se considerara rebelde al subvasallo que combatía contra el señor de su señor. Sin embargo, en Inglaterra, Guillermo I el Conquistador y sus sucesores exigieron a los vasallos de sus vasallos que les prestaran juramento de fidelidad.

IGLECIA Y PAPADO


En los primeros siglos del cristianismo, las iglesias de las grandes ciudades llegaron a ejercer gran influencia en la administración de la iglesia. Así, fue algo natural que los obispos de esas ciudades ejercieran un considerable poder. Una de las ocurrencias de largo alcance en la historia de la iglesia cristiana fue la confirmación de un obispo —el de Roma— como líder reconocido de la iglesia cristiana occidental.
La doctrina de la supremacía petrina, basada en la creencia de que los obispos de Roma ocupaban una posición preeminente en la iglesia, fue fundamentada en las Escrituras. De acuerdo con el Evangelio de Mateo, cuando Jesús preguntó a sus discípulos: “Quién dicen que soy Yo?”, Simón Pedro respondió:
Tú eres el Cristo, el hijo del Dios vivo. Jesús respondió: Bendito seas Simón, hijo de Jonás, porque esto no lo revelaron los hombres, sino mi Padre en los cielos. Y en verdad os digo que tú eres Pedro, o sobre esta roca construiré mi iglesia, y las puertas del infierno no la vencerán. Te daré las llaves del reino celestial; cualquier cosa que ates en la Tierra, será atado en el cielo; y cualquier cosa que desates en la Tierra, será desatada en el cielo.
Según la tradición de la iglesia, Cristo había dado las llaves del reino de los cielos a Pedro, considerado el principal apóstol y primer obispo de Roma. Los sucesivos obispos de Roma fueron reconocidos como sucesores de Pedro y, más tarde, como “vicarios de Cristo” sobre la Tierra. Aunque esta extremada valoración de los obispos de Roma no fue, realmente, aceptada por la totalidad de los primeros cristianos, la posición de Roma como la capital tradicional del Imperio Romano sirvió para apuntalar este reclamo.
En las postrimerías del siglo cuarto, los obispos de Roma ya utilizaban el título de papa o padre. León (440-461) fue muy enérgico al enunciar de manera sistemática la doctrina de la supremacía petrina. Se concebía como el heredero de Pedro, a quien Cristo había elegido para ser cabeza de la iglesia cristiana. Pero las autoridades estatales también estuvieron reclamando algo de poder sobre la iglesia.
Iglesia y Estado
Una vez que los emperadores se hicieron cristianos, llegaron a desempeñar un papel importante en los asuntos de la iglesia. Los emperadores cristianos se consideraban representantes de dios en la tierra. No construyeron únicamente iglesias, e influyeron en la estructura de la organización de la iglesia, sino que también se x’ieron involucrados en el gobierno de la iglesia y en las controversias doctrinales.
Mientras los emperadores estaban ocupados en los asuntos de la iglesia, el vacío espiritual y político dejado por la desintegración del estado romano permitió que los obispos desempeñaran un papel más activo en el gobierno del imperio. Cada vez más, actuaron como consejeros de los emperadores romanos cristianos. Es más, conforme la autoridad imperial menguaba, los obispos desempeñaban un papel político notablemente independiente. Ambrosio de Milán (c. 339-397) fue un temprano ejemplo de un obispo independiente y fuerte. Mediante sus actos y sus obras Ambrosio creó la imagen del obispo cristiano ideal. Entre otras cosas, este obispo ideal debería defender la independencia de la iglesia contra la tendencia de los funcionarios imperiales a supervisar la política eclesiástica: “No os exaltéis, pero si habéis de reinar por más tiempo, entonces, someteos a Dios. Está escrito, lo que es de Dios a Dios y lo del César, al César. El palacio es del emperador, las iglesias, de los obispos”.5 Cuando el emperador Teodosio E ordenó la masacre de muchos ciudadanos en Tesalónica porque se negaron a obedecer sus órdenes, Ambrosio denunció ese genocidio y se negó a que el emperador participara en las ceremonias de la iglesia. Finalmente, Teodosio estuvo de acuerdo en hacer penitencia pública en la catedral de Milán por su vil acción. Ambrosio resultó ser un defensor formidable de la tesis de que la autoridad espiritual debe tener precedencia sobre el poder temporal, al menos, en los asuntos espirituales.
La debilidad de las autoridades políticas de la península itálica también contribuyó a la independencia de la iglesia en esa área. En los reinos germánicos los reyes controlaron las iglesias y a los obispos. Pero, en Italia, continuó una tradición distinta, que se alimentó de las narraciones semilegendarias de los hechos papales. Por ejemplo, se supone que en el año 452, el papa León 1 intervino para que Atila y los hunos se alejaran de Roma. Aunque la plaga, más que la persuasión papal, fue tal vez más convincente para el retiro de Atila, el papa se llevó el crédito. Así, los papas desempeñaron papeles políticos importantes en Italia, lo que simplemente añadieron a sus reclamos de poder vis-à-vis las autoridades seculares. El papa Gelasio (492-496) pudo escribir al emperador Constantino:
Existen dos poderes, augusto emperador, mediante los cuales se rige este mundo desde el principio: la autoridad consagrada de los obispos, y el poder real. En estos asuntos, tos sacerdotes soportan la carga más pesada, debido a que rendirán cuentas, incluso como gobernantes de hombres, ante el juicio divino. Además, mi más gracioso hijo, sois consciente de esto, aunque en vuestro cargo sois el gobernador de la raza humana; sin embargo, devotamente inclináis vuestra cabeza ante aquellos que son los superiores en las cosas divinas y los considerais como medios para vuestra salvación.
De acuerdo con Gelasio si bien existían dos poderes gobernantes —el espiritual y el temporal- con diferentes funciones, a fin de cuentas la iglesia era la autoridad superior, dado que los hombres, incluidos los emperadores deben recurrir a la iglesia “para los medios de., salvacion".
El papa Gregorio I, el Grande
Aunque los cristianos occidentales llegaron a aceptar al obispo de Roma como dirigente dc la iglesia, no hubo unanimidad en cuanto al grado de los poderes que el papa poseía como resultado de su posi
ción. Sin embargo, el surgimiento de un papa fuerte en el siglo VI, Gregorio E, conocido como Gregorio el Grande, colocó al papado y a la iglesia católica romana sobre una senda firme que le permitió desempeñar un papel cada vez más prominente en la civilización de los germanos y en prestar ayuda al nacimiento de una distintiva civilización europea durante los siglos VII y VIII.
Como papa, Gregorio I (590-604) asumió la dirección de Roma y de sus territorios aledaños, en los que la población había sufrido mucho en el siglo VI debido a las peleas entre los ostrogodos y los bizantinos, y a causa de la invasión de los lombardos. Gregorio describió las condiciones prevalecientes en un sermón dirigido al pueblo de Roma:
En qué se ha convertido Roma misma, un tiempo considerada dueña del mundo a la que ahora vemos consumirse debido a muchas y atroces aflicciones, con la pérdida de ciudadanos, los asaltos de enemigos, la frecuente caída de edificios en ruinas...? ¿Dónde está el senado? ¿Dónde está el pueblo? Los huesos se han hecho polvo y la carne se ha consumido; toda la pompa de las dignidades de este mundo se ha esfumado.
Gregorio tomó a su cargo Roma y su área circunvecina y las convirtió en una unidad administrativa que con el tiempo sería conocida como los Estados Papales. Si bien los historiadores no se ponen de acuerdo en cuanto a los motivos que tuvo Gregorio E para establecer el poder temporal del papado, es oportuno recordar que Gregorio tal vez sólo estaba haciendo lo que sentía que era necesario llevar a cabo: proporcionar una defensa a Roma contra los lombardos, establecer un gobierno para Roma y alimentar al pueblo. Gregorio permaneció fiel al imperio y continuó reconociendo al emperador bizantino como el gobernador legítimo de Italia.
Gregorio también llevo a cabo una política de expansión de la autoridad papal sobre la iglesia cristiana de occidente. Intervino en los conflictos eclesiásticos de toda Italia y mantuvo relación con los gobernantes francos, presionándoles para que reformaran la iglesia en la Galia. Inició con éxito los esfuerzos misioneros para convertir a Inglaterra al cristianismo y su actividad se centró en convertir a los pueblos paganos de la Europa germánica. Su principal instrumento fue el movimiento monástico.

LAS CRUZADAS

Cruzadas, expediciones militares realizadas por los cristianos de Europa occidental, normalmente a petición del Papa, que comenzaron en 1095 y cuyo objetivo era recuperar Jerusalén y otros lugares de peregrinación en Palestina, en el territorio conocido por los cristianos como Tierra Santa, que estaban bajo control de los musulmanes. Los historiadores no se ponen de acuerdo respecto a su finalización, y han propuesto fechas que van desde 1270 hasta incluso 1798, cuando Napoleón I conquistó Malta a los Caballeros Hospitalarios de San Juan de Jerusalén, una orden militar establecida en esa isla durante las Cruzadas. El vocablo cruzada (de ‘cruz’, el emblema de los cruzados) se aplicó también, especialmente en el siglo XIII, a las guerras contra los pueblos paganos, contra los herejes cristianos y contra los enemigos políticos del Papado. Por extensión, el término se emplea para describir cualquier guerra religiosa o política y, en ocasiones, cualquier movimiento político o moral. Así, en España, los alzados contra el gobierno republicano en 1936 pronto denominaron a la guerra iniciada por ellos mismos (1936-1939) Cruzada, por considerar que su objetivo era vencer el ateísmo.


CONTEXTO HISTÓRICO
El origen de las Cruzadas está enraizado en el cataclismo político que resultó de la expansión de los Selyúcidas en el Próximo Oriente a mediados del siglo XI. La conquista de Siria y Palestina llevada a cabo por los Selyúcidas islámicos alarmó a los cristianos de occidente. Otros invasores turcos también penetraron profundamente en el igualmente cristiano Imperio bizantino y sometieron a griegos, sirios y armenios cristianos a su soberanía. Las Cruzadas fueron, en parte, una reacción a todos estos sucesos. También fueron el resultado de la ambición de unos papas que buscaron ampliar su poder político y religioso. Los ejércitos cruzados fueron, en cierto sentido, el brazo armado de la política papal.
En un esfuerzo por entender por qué los cruzados las llevaron a cabo, los historiadores han apuntado como razones el dramático crecimiento de la población europea y la actividad comercial entre los siglos XII y XIV. Las Cruzadas, por tanto, se explican como el medio de encontrar un amplio espacio donde acomodar parte de esa población en crecimiento; y como el medio de dar salida a las ambiciones de nobles y caballeros, ávidos de tierras. Las expediciones ofrecían, como se ha señalado, ricas oportunidades comerciales a los mercaderes de las pujantes ciudades de occidente, particularmente a las ciudades italianas de Génova, Pisa y Venecia.
Aunque estas explicaciones acerca de las Cruzadas quizá tengan alguna validez, los avances en la investigación sobre el tema indican que los cruzados no pensaron encontrarse con los peligros de enfermedades, las largas marchas terrestres y la posibilidad de morir en combate en tierras lejanas. Las familias que quedaron en Europa tuvieron que combatir en muchas ocasiones durante largos periodos de tiempo para mantener sus granjas y sus posesiones. La idea de que los cruzados obtuvieron grandes riquezas es cada vez más difícil de justificar; la Cruzada fue un asunto extremadamente caro para un caballero que tuviera el propósito de actuar en Oriente si se costeaba por sí mismo la expedición, ya que probablemente le suponía un gasto equivalente a cuatro veces sus ingresos anuales.
Sin embargo, a pesar de ser una empresa peligrosa, cara y que no daba beneficios, las Cruzadas tuvieron un amplio atractivo para la sociedad contemporánea. Su popularidad se cimentó en la comprensión de la sociedad que apoyó este fenómeno. Era una sociedad de creyentes, y muchos cruzados estaban convencidos de que su participación en la lucha contra los infieles les garantizaría su salvación espiritual. También era una sociedad militarista, en la que las esperanzas y las ambiciones estaban asociadas con hazañas militares.


LA PRIMERA CRUZADA
Las Cruzadas comenzaron formalmente el jueves 27 de noviembre de 1095, en un descampado a extramuros de la ciudad francesa de Clermont-Ferrand. Ese día, el papa Urbano II predicó a una multitud de seglares y de clérigos que asistían a un concilio de la Iglesia en esa ciudad. En su sermón, el papa esbozó un plan para una Cruzada y llamó a sus oyentes para unirse a ella. La respuesta fue positiva y abrumadora. Urbano encargó a los obispos asistentes al concilio que regresaran a sus localidades y reclutaran más fieles para la Cruzada. También diseñó una estrategia básica según la cual distintos grupos de cruzados iniciarían el viaje en agosto del año 1096. Cada grupo se autofinanciaría y sería responsable ante su propio jefe. Los grupos harían el viaje por separado hasta la capital bizantina, Constantinopla (la actual Estambul, en Turquía), donde se reagruparían. Desde allí, lanzarían un contraataque, junto con el emperador bizantino y su ejército, contra los Selyúcidas, que habían conquistado Anatolia. Una vez que esa región estuviera bajo control cristiano, los cruzados realizarían una campaña contra los musulmanes de Siria y Palestina, siendo Jerusalén su objetivo fundamental.


Los ejércitos cruzados
La primera Cruzada se atuvo en sus líneas generales al esquema previsto por el papa Urbano II. El reclutamiento prosiguió a pasos agigantados durante el resto de 1095 y los primeros meses de 1096. Se reunieron cinco grandes ejércitos nobiliarios a finales del verano de 1096 para iniciar la Cruzada. Gran parte de sus miembros procedían de Francia, pero un significativo número venía del sur de Italia y de las regiones de Lorena, Borgoña y Flandes.
El papa no había previsto el entusiasmo popular que su llamamiento a la Cruzada produjo entre el campesinado y las gentes de las ciudades. Al lado de la Cruzada de la nobleza se materializó otra constituida por el pueblo llano. El grupo más grande e importante de cruzados populares fue reclutado y dirigido por un predicador conocido como Pedro el Ermitaño, natural de Amiens (Francia). Aunque fueron numerosos los participantes en la Cruzada popular, solamente un mínimo porcentaje de ellos pudieron llegar al Próximo Oriente; aún fueron menos los que sobrevivieron para ver la toma de Jerusalén por los cristianos en 1099.


La conquista de Anatolia
Los ejércitos cruzados de la nobleza llegaron a Constantinopla entre noviembre de 1096 y mayo de 1097. El emperador bizantino Alejo I Comneno presionó a los cruzados para que le devolvieran cualquier antiguo territorio del Imperio bizantino que conquistaran. Los jefes cruzados se sintieron agraviados por esas demandas y, aunque la mayoría en última instancia accedió, comenzaron a sospechar de los bizantinos.
En mayo de 1097, los cruzados atacaron su primer gran objetivo, la capital turca de Anatolia, Nicea (la actual ciudad de Iznik en Turquía). En junio, la ciudad se rindió a los bizantinos, antes que a los cruzados. Esto confirmó las sospechas de que Alejo intentaba utilizarlos como peones para lograr sus propios objetivos.
Muy poco después de la caída de Nicea, los cruzados se encontraron con el principal ejército Selyúcida de Anatolia en Dorilea (cerca de la actual Eskisehir, en Turquía). El 1 de julio de 1097, los cruzados obtuvieron una gran victoria y casi aniquilaron al ejército turco. Como consecuencia, los cruzados encontraron escasa resistencia durante el resto de su campaña en Asia Menor. El siguiente gran objetivo fue la ciudad de Antioquía (la actual Antakya, en Turquía) en el norte de Siria. Los cruzados pusieron sitio a la ciudad el 21 de octubre de 1097, pero no cayó hasta el 3 de junio de 1098. Tan pronto como los cruzados hubieron tomado Antioquía, fueron atacados por un nuevo ejército turco, procedente de Mosul (en el actual Irak), que llegó demasiado tarde para auxiliar a los defensores turcos de Antioquía. Los cruzados repelieron esta expedición de auxilio el 2 de junio.


Comercio Medieval


A la hora de hablar del comercio en la Edad Media hay que tener en cuenta un "antes" y un "después" que podría datarse en el renacer cultural, económico y social acaecido en el siglo XI.
Hasta la undécima centuria el comercio había tenido escasa actividad desde la caía del Imperio Romano de Occidente. Las sociedades en la Alta Edad Media estaban bastante cerradas y aunque no completamente, lo cierto que existía una casi mayoritaria economía de autarquía.
Esta situación del comercio medieval va a cambiar a partir del citado siglo XI, momento en que se reimpulsa la importancia de las ciudades y éstas se hacen más populosas. No hay que olvidar que las ciudades desempeñaron un papel muy importante en la Europa medieval como centros de enseñanza, de gobierno y de religión. Pero sobre todo fueron lugares clave para un nuevo sistema comercial sin el cual, probablemente, nunca hubieran nacido.
El Comercio local
Una parte de estas actividades comerciales medievales tenían carácter local. En este sentido, las ciudades desempeñaban el papel de mercados para las zonas agrícolas vecinas.
Si tomamos como modelo el sistema de Comunidades de Villa y Tierra castellano, vemos que la en la villa o población capital de todo un alfoz de aldeas y tierras se convierte en el centro comercial de toda la comunidad al celebrase mercados y ferias a los que acudían las gentes de toda la comarca para abastecerse.
El Comercio Regional
En otros casos y para otro tipo de productos, el comercio había de tener características regionales. Tal es el caso, por ejemplo, de las populosas ciudades de Flandes que necesitaban trigo y vino procedente de la región de París y que eran transportados en grandes carretas por el norte de Francia.
El Comercio Internacional con Asia
A pesar de la citada depresión económica de los primeros siglos altomedievales, es cierto que no había desaparecido completamente la demanda de artículos de lujo y especias procedentes de Oriente, como seda o pimienta.
Estos valiosos productos procedían de distintos lugares de Asía y tenían como escala las poderosas ciudades de Constantinopla y Alejandría desde donde partían -en pequeña escala- a otras metas de la geografía europea.
Pero es a partir del siglo XII y el fortalecimiento de las ciudades costeras italianas como Venecia, Pisa, Palermo y Génova cuando se reactiva intensamente el comercio con Oriente.
El interés medieval por asegurar rutas rápidas y seguras para proveerse de las maravillas asiáticas y buscar alternativas más baratas y rápidas para la tradicional "Ruta de la Seda" marca todos los siglos de la Baja Edad Media. No es necesario insistir en este aspecto pues es de todos conocidos los intentos portugueses durante el siglo XV por acceder a Asia rodeando el continente africano por el sur o el mismo anhelo del propio Cristóbal Colón en llegar a Asia rodeando el esférico mundo, en sentido contrario a las rutas convencionales.
A este interés de acercar Oriente con Occidente no es ajeno el impacto causado por los productos traídos reales y las invenciones contadas por Marco Polo es sus aventuras asiáticas del siglo XIII.
Comercio internacional intraeuropeo
Toda Europa empezó a verse afectada también por la expansión del comercio internacional. Flandes importaba lana española (por los puertos del Cantábrico) e inglesa, y vendía luego los tejidos acabados en muchos lugares de Europa. Hacia 1190 se había creado así un importante vínculo comercial con las ciudades del norte de Italia, pues los tejidos flamencos se vendían al por mayor a los mercaderes italianos en las ferias industriales de la Champaña.
Durante el siglo XIII prosiguió la expansión. Los mercaderes alemanes desarrollaron y organizaron el comercio en el Báltico a través de ciudades como Colonia, Lübeck y Danzig. Hacia 1250, Flandes empezó a considerar los trigales de Alemania oriental como una de sus principales fuentes de aprovisionamiento. A partir de entonces, las ferias de la Champaña perdieron importancia, especialmente cuando los perfeccionamientos en la navegación permitieron abrir una ruta marítima directa entre Italia, Flandes y el Báltico, a través del estrecho de Gibraltar que, de esta manera, recobró su antigua importancia.
En el Báltico, las ciudades más poderosas se unieron en una federación política y comercial, la denominada Liga Hanseática. Si bien creada con fines defensivos para proteger los privilegios obtenidos por los alemanes en el Báltico durante el siglo XIII, así como para eliminar a posibles rivales, era un fiel reflejo de las enormes riquezas y poderío de que disfrutaban las ciudades.
La crisis comercial, los descubrimientos y el comercio moderno
En Asia, la caída del imperio mongol obstaculizó el funcionamiento de las rutas comerciales y frenó la intervención directa de los mercaderes europeos en el comercio asiático. Con el fracaso de las cruzadas, casi todos los puertos del Mediterráneo oriental cayeron en poder de los musulmanes, y la expansión del imperio otomano monopolizó en manos turcas el comercio entre Asia y Europa. Hasta el final de la Edad Media, el comercio de larga distancia permaneció en manos de las ciudades italianas y alemanas, que habían sido también las pioneras tanto en el Mediterráneo como en el Báltico.
Como es lógico, esta situación no satisfacía a las potencias ribereñas del Atlántico, lo que propició, como se mencionó anteriormente, que se buscaran rutas alternativas para alcanzar los puertos asiáticos.
Por su parte, los portugueses se mostraron particularmente activos en la exploración de los océanos con la esperanza de encontrar una ruta que les diera acceso directo al comercio de especias de Oriente.
Fruto de ello, en el año 1498, Vasco de Gama logró rodear el continente africano por el cabo de Buena Esperanza y llegar hasta la ciudad hindú de Calcuta.
Unos pocos años antes, Cristóbal Colón descubrió América casualmente mientras perseguía el mismo destino que el portugués.
Ambas expediciones habían sido estimuladas por las ideas y los problemas comerciales de la Edad Media. Al mismo tiempo, preludiaban una nueva relación que marcaría la pauta en las actividades mercantiles y que afectaría profundamente al desarrollo cultural del mundo moderno.

EDAD MODERNA


Edad moderna, periodo histórico que, según la tradición historiográfica europea y occidental, se enmarca entre la edad media y la edad contemporánea. La edad moderna, como convencionalismo historiográfico —así como las connotaciones del término moderno, utilizado por primera vez por el erudito alemán de finales del siglo XVII Cristophorus Cellarius—, responde en su origen a una concepción lineal y optimista de la historia y a una visión eurocentrista del mundo y del desarrollo histórico. A pesar de ser aceptada comúnmente en los medios académicos occidentales como marco referencial, será objeto de una amplia reflexión entre los historiadores a lo largo del siglo XX en torno a su amplitud y sus límites cronológicos, sus escenarios geográficos, su alcance semántico y los fundamentos de la modernidad, entre sus aspectos esenciales.


LOS LÍMITES ESPACIALES Y CRONOLÓGICOS DEL MUNDO MODERNO
El prisma eurocentrista desde el que se concibe la edad moderna es la consecuencia de la valoración que el pensamiento europeo-occidental ha hecho de unos procesos básicos y característicos de la cristiandad occidental a lo largo de un dilatado periodo de tiempo. En este sentido, la geografía de la modernidad estará delimitada por Europa, concretamente Europa occidental, y por la magnitud de la expansión de su civilización desde el inicio de los tiempos modernos.
Pero la conceptualización del mundo moderno y sus límites espaciales y cronológicos son objeto de diferentes aproximaciones desde la propia historiografía de Europa occidental. La historiografía tradicional francesa, por su lado, considera que la edad moderna transcurre entre los siglos XVI y XVIII, situando sus comienzos en torno a la caída de Constantinopla en 1453, al descubrimiento de América en 1492 y al fenómeno cultural del renacimiento, en tanto que emplaza su final en el derrumbamiento de la vieja monarquía y el proceso revolucionario iniciado en 1789 (Revolución Francesa), con el que se iniciaba la contemporaneidad. En cambio, en la historiografía anglosajona el término ‘moderno’ hace referencia a un periodo más prolongado y móvil. En consecuencia, la duración de los tiempos modernos tradicionalmente se ha situado tras el renacimiento, hacia el año 1600, y su final tiende a prolongarse en el tiempo hasta el siglo XX. La delimitación de su ocaso puede variar según las diferentes historiografías, en virtud del propio ritmo histórico de cada pueblo: por ejemplo, en 1848, en las naciones de Europa central; o en 1917 para Rusia.
De cualquier modo, y aunque la historiografía occidental ha tendido a situar la edad moderna entre los siglos XVI y XVIII, la consideración de acontecimientos puntuales de singular relieve en modo alguno son significativos sin la valoración de los procesos de cambio a nivel estructural en el devenir de las sociedades. Así, los inicios de la edad moderna difícilmente pueden ser comprensibles sin atender al despertar del mundo urbano en Occidente desde el siglo XIII, al clima de intenso debate religioso que preludia la Reforma iniciada en el siglo XVI, a los primeros síntomas de cambio en los comportamientos de la economía hacia formas precapitalistas o al proceso de conformación de los primeros estados modernos desde finales del siglo XV. Del mismo modo, el final de la edad moderna habrá de ser igualmente flexible en virtud de los procesos constitutivos de la quiebra y desintegración del Antiguo Régimen, cuya transición tendrá un ritmo y una duración variable según las diferentes realidades históricas de cada pueblo, y que grosso modo podemos dilatar desde finales del siglo XVIII hasta el siglo XIX, y aún en algunos casos hasta el propio siglo XX. En consecuencia, las transiciones hacia la modernidad y hacia el fin de la misma diluyen sus límites tanto en el medievo como en la contemporaneidad.

EL HUMANISMO Y RENACIMIENTO

Humanismo, en filosofía, actitud que hace hincapié en la dignidad y el valor de la persona. Uno de sus principios básicos es que las personas son seres racionales que poseen en sí mismas capacidad para hallar la verdad y practicar el bien. El término humanismo se usa con gran frecuencia para describir el movimiento literario y cultural que se extendió por Europa durante los siglos XIV y XV. Este renacimiento de los estudios griegos y romanos subrayaba el valor que tiene lo clásico por sí mismo, más que por su importancia en el marco del cristianismo.
El movimiento humanista comenzó en Italia, donde los escritores de finales de la edad media Dante, Giovanni Boccaccio y Francesco de Petrarca contribuyeron en gran medida al descubrimiento y a la conservación de las obras clásicas. Los ideales humanistas fueron expresados con fuerza por otro estudioso italiano, Giovanni Pico della Mirandola, en su Oración, obra que trata sobre la dignidad del ser humano. El movimiento avanzó aún más por la influencia de los estudiosos bizantinos llegados a Roma después de la caída de Constantinopla a manos de los turcos en 1453, y por la creación de la Academia platónica en Florencia. La Academia, cuyo principal pensador fue Marsilio Ficino, fue fundada por el hombre de Estado y mecenas florentino Cosme I de Medici. Deseaba revivir el platonismo y tuvo gran influencia en la literatura, la pintura y la arquitectura de la época.
La recopilación y traducción de manuscritos clásicos se generalizó, de modo muy significativo entre el alto clero y la nobleza. La invención de la imprenta de tipos móviles, a mediados del siglo XV, otorgó un nuevo impulso al humanismo mediante la difusión de ediciones de los clásicos. Aunque en Italia el humanismo se desarrolló sobre todo en campos como la literatura y el arte, en Europa central, donde fue introducido por los estudiosos alemanes Johannes Reuchlin y Philip Melanchthon, el movimiento penetró en ámbitos como la teología y la educación, con lo que se convirtió en una de las principales causas subyacentes de la Reforma.
Uno de los estudiosos más importantes en la introducción del humanismo en Francia fue Erasmo de Rotterdam, que también desempeñó un papel principal en su difusión por Inglaterra. Allí, el humanismo fue divulgado en la Universidad de Oxford por los estudiosos William Grocyn y Thomas Linacre, y en la Universidad de Cambridge por Erasmo y san Juan Fisher. Desde las universidades se extendió por toda la sociedad inglesa y allanó el camino para la edad de oro de la literatura y la cultura que llegaría con el periodo isabelino.

Renacimiento
Renacimiento, periodo de la historia europea caracterizado por un renovado interés por el pasado grecorromano clásico y especialmente por su arte. El renacimiento comenzó en Italia en el siglo XIV y se difundió por el resto de Europa durante los siglos XV y XVI. En este periodo, la fragmentaria sociedad feudal de la edad media, caracterizada por una economía básicamente agrícola y una vida cultural e intelectual dominada por la Iglesia, se transformó en una sociedad dominada progresivamente por instituciones políticas centralizadas, con una economía urbana y mercantil, en la que se desarrolló el mecenazgo de la educación, de las artes y de la música.

Capitalismo

Capitalismo, sistema económico en el que los individuos privados y las empresas de negocios llevan a cabo la producción y el intercambio de bienes y servicios mediante complejas transacciones en las que intervienen los precios y los mercados. Aunque tiene sus orígenes en la antigüedad, el desarrollo del capitalismo es un fenómeno europeo; fue evolucionando en distintas etapas, hasta considerarse establecido en la segunda mitad del siglo XIX. Desde Europa, y en concreto desde Inglaterra, el sistema capitalista se fue extendiendo a todo el mundo, siendo el sistema socioeconómico casi exclusivo en el ámbito mundial hasta el estallido de la I Guerra Mundial, tras la cual se estableció un nuevo sistema socioeconómico, el comunismo, que se convirtió en el opuesto al capitalista.
El término kapitalism fue acuñado a mediados del siglo XIX por el economista alemán Karl Marx. Otras expresiones sinónimas de capitalismo son sistema de libre empresa y economía de mercado, que se utilizan para referirse a aquellos sistemas socioeconómicos no comunistas. Algunas veces se utiliza el término economía mixta para describir el sistema capitalista con intervención del sector público que predomina en casi todas las economías de los países industrializados.
Se puede decir que, de existir un fundador del sistema capitalista, éste es el filósofo escocés Adam Smith, que fue el primero en describir los principios económicos básicos que definen al capitalismo. En su obra clásica Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones (1776), Smith intentó demostrar que era posible buscar la ganancia personal de forma que no sólo se pudiera alcanzar el objetivo individual sino también la mejora de la sociedad. Los intereses sociales radican en lograr el máximo nivel de producción de los bienes que la gente desea poseer. Con una frase que se ha hecho famosa, Smith decía que la combinación del interés personal, la propiedad y la competencia entre vendedores en el mercado llevaría a los productores, "gracias a una mano invisible", a alcanzar un objetivo que no habían buscado de manera consciente: el bienestar de la sociedad.


CARACTERÍSTICAS DEL CAPITALISMO
A lo largo de su historia, pero sobre todo durante su auge en la segunda mitad del siglo XIX, el capitalismo tuvo una serie de características básicas. En primer lugar, los medios de producción —tierra y capital— son de propiedad privada. En este contexto el capital se refiere a los edificios, la maquinaria y otras herramientas utilizadas para producir bienes y servicios destinados al consumo. En segundo lugar, la actividad económica aparece organizada y coordinada por la interacción entre compradores y vendedores (o productores) que se produce en los mercados. En tercer lugar, tanto los propietarios de la tierra y el capital como los trabajadores, son libres y buscan maximizar su bienestar, por lo que intentan sacar el mayor partido posible de sus recursos y del trabajo que utilizan para producir; los consumidores pueden gastar como y cuando quieran sus ingresos para obtener la mayor satisfacción posible. Este principio, que se denomina soberanía del consumidor, refleja que, en un sistema capitalista, los productores se verán obligados, debido a la competencia, a utilizar sus recursos de forma que puedan satisfacer la demanda de los consumidores; el interés personal y la búsqueda de beneficios les lleva a seguir esta estrategia. En cuarto lugar, bajo el sistema capitalista el control del sector privado por parte del sector público debe ser mínimo; se considera que si existe competencia, la actividad económica se controlará a sí misma; la actividad del gobierno sólo es necesaria para gestionar la defensa nacional, hacer respetar la propiedad privada y garantizar el cumplimiento de los contratos. Esta visión decimonónica del papel del Estado en el sistema capitalista ha cambiado mucho durante el siglo XX.


ORÍGENES
Tanto los mercaderes como el comercio existen desde que existe la civilización, pero el capitalismo como sistema económico no apareció hasta el siglo XIII en Europa sustituyendo al feudalismo. Según Adam Smith, los seres humanos siempre han tenido una fuerte tendencia a "realizar trueques, cambios e intercambios de unas cosas por otras". Este impulso natural hacia el comercio y el intercambio fue acentuado y fomentado por las Cruzadas que se organizaron en Europa occidental desde el siglo XI hasta el siglo XIII. Las grandes travesías y expediciones de los siglos XV y XVI reforzaron estas tendencias y fomentaron el comercio, sobre todo tras el descubrimiento del Nuevo Mundo y la entrada en Europa de ingentes cantidades de metales preciosos provenientes de aquellas tierras. El orden económico resultante de estos acontecimientos fue un sistema en el que predominaba lo comercial o mercantil, es decir, cuyo objetivo principal consistía en intercambiar bienes y no en producirlos. La importancia de la producción no se hizo patente hasta la Revolución industrial que tuvo lugar en el siglo XIX.
Sin embargo, ya antes del inicio de la industrialización había aparecido una de las figuras más características del capitalismo, el empresario, que es, según Schumpeter, el individuo que asume riesgos económicos. Un elemento clave del capitalismo es la iniciación de una actividad con el fin de obtener beneficios en el futuro; puesto que éste es desconocido, tanto la posibilidad de obtener ganancias como el riesgo de incurrir en pérdidas son dos resultados posibles, por lo que el papel del empresario consiste en asumir el riesgo de tener pérdidas.
El camino hacia el capitalismo a partir del siglo XIII fue allanado gracias a la filosofía del renacimiento y de la Reforma. Estos movimientos cambiaron de forma drástica la sociedad, facilitando la aparición de los modernos Estados nacionales que proporcionaron las condiciones necesarias para el crecimiento y desarrollo del capitalismo. Este crecimiento fue posible gracias a la acumulación del excedente económico que generaba el empresario privado y a la reinversión de este excedente para generar mayor crecimiento.